lunes, 20 de febrero de 2012

Barcelona

Saludos a todos desde Barcelona: de la ciudad de frío, de casas sin calefacción, mucha lectura y resumenes infinitas, pero las fiestas estupendas y el carneval nos compensa.)

lunes, 7 de junio de 2010

Residencia de Estudiantes

Las juergas de Dalí
REBECA CARRANCO - Girona - 07/06/2010
Salvador Dalí (1904-1989) se lo pasaba en grande en la Residencia de Estudiantes, en Madrid. Él, Federico García Lorca y Pepín Bello se corrían unas juergas que ya quisieran los jóvenes de Pozuelo de Alarcón. Así lo evidencia una carta que le escribió a Luis Buñuel. La Fundación Gala-Salvador Dalí acaba de comprarla, junto a otras 16 hojas manuscritas, 19 dibujos y más de 60 fotografías que reconstruyen la vida de un jovencito y surrealista pintor.
La misiva a Buñuel, fechada en 1926, tiene ocho páginas. La fundación sólo ha entregado esta mañana el encabezamiento. A juzgar por esas primeras líneas, el tridente artístico no se aburría. Dice así (con faltas de ortografía incluidas): "Querido Buñuel: Te contesto enseguida y muy largo para compensar lo poco que nos hemos escrito este verano, que verano dios mio! he vivido aprendiendo siempre de mi maestro de estetica que es Cadaques, y es difícil, porque Cadaques habla muy poco, y cuado habla, habla en griego. Madrid termino en plena disociacion, deudas fabulosas, alcohol. Neurastenia acentuada en Federico [García Lorca]. Hubo una reconciliación comica con Pepin [Bello], y este naturalmente contribuyo al Livertinage con su absoluta amoralidad, llegamos al robo: un amigo de Federico militar de Granada, el dia siguiente marchava al frente, en el Alcazar lo emborrachamos estava loco con las cosas y esteticas que inventabamos y se entrego a nosotros en plena confianza, a las 2 horas pepin era dueño ya del fondo comun o sea de unas 100 pts de el militar, y de las 100 imaginarias nuestras, fuimos a cenar, bolvimos al [ininteligible], a las 3 de la mañana le obligamos a buscar mas dinero en su casa ... a las 6 en el taxi nos aviamos apoderado de 100 pts mas, y nos dedicavamos ya a arrancarle los botones del trage... Todo eso era según teorizamos después la Estetica del Lenguado puesta en accion- La distribución...".
Sobre el significado de la "estética del lenguado", mejor no inventar. El término tuvo cierto éxito en la Residencia. También Lorca lo usó alguna vez, pero no ha quedado claro a qué se refieren. El resto de la carta habrá que esperar al menos hasta el año que viene para leerla entera. La fundación se la reserva para una exposición que está preparando con todo el material, la mayoría inédito. Sí ha avanzado algunos detalles, como que cuenta que le han expulsado definitivamente de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando o que en otoño empezará el servicio militar.
Además de la carta, el tesorito daliniano incluye varias fotografías entrañables de Dalí. Una de ellas, sin fecha, pero posiblemente de 1929, muestra a dos jovencísimos Gala y Dalí, en pose de fotomatón. Ese mismo año, Dalí y Buñuel se fotografiaron en una cala de Cadaqués, donde el cineasta le da de beber con un porrón al pintor. En otra de ellas, Dalí sale agarrando un gigantesco cangrejo, subido a una roca, con el mar de fondo. De los dibujos, destacan algunos por su "erotismo crudo e incisivo", en palabras del director del Teatro-Museo Dalí, Antoni Pitxot.
También han adquirido borradores y primeras ediciones de libros relacionados con el Dalí surrealista. Entre ellos, el guión para un espectáculo, que finalmente no se hizo, basado en el cuadro El Ángelus, del pintor francés Jean-François Millet, que durante esos años obsesionó al catalán e incluso le llevó a hacer un cuadro titulado Reminiscencia arqueológica de El Ángelus de Millet. La fundación ha tardado dos años en reunir todo el material, que proviene de dos subastas y de dos coleccionistas particulares, de un francés y un catalán. La adquisición está valorada en 400.000 euros

viernes, 8 de mayo de 2009

Manifiesto Azul 7

Hola compañeros. Unos amigos y yo tenemos desde hace unos años una asociación llamada Colectivo Iletrados. Publicamos un fanzine de literatura y otras cosas llamado Manifiesto Azul, del que acabamos de sacar la séptima edición.
Os invito a todos a descargarlo en este enlace o a leerlo debajo. En él participa un servidor y nuestro gran hermano sevillano. Espero que os guste.

miércoles, 29 de abril de 2009

La voz arrasadora


Cintio Vitier




Me vais a permitir - espero - el garabato introspectivo. Y es que voy saludándome más en las lunas (cortazarianas) del transporte público y en la difusa pantalla del portátil, que en la clara luz del espejo del ascensor o del baño. Dice R. B. en las pp. 82 - 85 (ed. Anagrama) de su más celebrada obra que, fundamentalmente, los poesía se divide en "la de los maricones y la de los maricas". Entre los primeros incluye a los poetas cubanos de la Revolución. Por ejemplo y sin añadirle etiqueta, a Cintio Vitier. Éste, en 1960, publicó "La voz arrasadora", donde con más lastre y menos gloria, indecisamente, una voz dormida puede ganar sus alas. Por supuesto, esto no es una reivindicación, ni tan siquiera un apunte. Vosotros ya me diréis.

"La voz arrasadora"

Esta es la voz de un contemplativo, no de un hombre de acción.

Ambas razas, las únicas que realmente existen, se miran con recelo.

Es verdad que ha habido gloriosas excepciones, aunque bien mirados los rostros, bien oídas las voces,

la sagrada diferencia se mantiene, y aún se toma trágica.

Pero el contemplativo entiende y muchas veces ama el rayo de la acción. Casi nunca lo contrario ocurre.

Esta es la voz absorta de un oscuro, de un oculto, que ha tenido peregrinas ambiciones.

Enumerarlas sería realizar un inventario del delirio.

Baste decir que ha querido romper los límites del fuego en las palabras

y ha vuelto al círculo del hogar con un puñado de cenizas.

No, sin duda no lo comprenderéis, salvo los que sois del indecible oficio.

Se entiende a un pescador, a un viajante, a un maestro, a un asesino.

Estos hombres se alimentan de lo que hacen; hasta sus sueños y sus fantasmagorías son quehaceres, hechos.

¿Cómo entender a uno que no ha poseído nunca nada; que no ha tocado una cosa desnuda de alusión;

que sólo vive y muere en el mundo de lo otro, en el inalcanzable reino de las transposiciones:

a uno que, de pronto, necesita escribir, como se necesita la comida o la mujer?

Su suerte es dura, extraña, también irrenunciable. Y sin embargo, o por lo mismo, ya no me preguntéis,

cada vez que oye la voz arrasadora de la vida, arroja su fantástico tesoro y sale cantando y llorando y resplandeciendo, y va silencioso a ocupar el puesto que le asignan.

martes, 17 de marzo de 2009

LA FE DE LA MONTAÑA


"Huye amigo mío, huye en tu soledad... Huye allá a lo alto donde sopla un viento rudo y fuerte"
Nietszche, Así hablaba Zaratustra


El hombre no sabía si iba o venía. A veces le daba lo mismo recorrer la sierra de una punta a otra, como lo había hecho tantas veces siguiendo a la mina, o ya de plano al mineral, batea en mano o arañando los despojos, obrero romántico que servía a su manera al capital.
Hoy caminaba queriendo llegar al Valle del Jerónimo, necesitaba descansar en la casa que había levantado sobre la llanura. Era un valle elevado rodeado de azules picachos lejanos y bosques oscuros, donde los espíritus del frío saben hacer noches filosas como obsidianas o paraísos blancos cualquier mañana nevada. Como aquella, en la que antes de trepar la última cordillera quiso detenerse un momento en el aserradero, donde la compañía maderera había instalado una pequeña barra para salud de los trabajadores y rendimiento de la empresa. Bebió con sus amigos y conversó en un español áspero y leal, arrastraban las palabras, reían de buena gana y viajaban a parajes interiores encaramados en una que otra leyenda, incluso salieron a relucir viejos motivos de disputa que de inmediato fueron aplazados con sobriedad, como quien sabe que en las praderas heladas es mejor un amigo que un lobo.
Acodado en la barra, entre sus compañeros olorosos a resina, detuvo su mirada en el gran espejo, se miró un momento entre los demás y se sintió solo sin la Arcadia, la buena hija de la administradora del establecimiento. Salió a buscarla y la encontró mirando la luna en el corral, recostada en un gran sillón de cuero, hasta allí llegó el gambusino y se acomodó sin preámbulo entre las caderas adolescentes. Antes del amanecer se despojó de los blancos brazos sobre su cintura, sacudió su mochila, pidió café y agarró camino. Parecía un mero bulto sobre el caballo, sólo los ojos descubiertos bajo el sombrero de fieltro raído.
Alejado ya buen trecho del aserradero, tuvo la impresión de percibir el momento exacto del fin de la noche y principio del día. Alerta, aguzando al máximo los sentidos, logró escuchar cómo iban despertando las plantas y los animales, con ligeros bostezos, y como la oscuridad aún gobernaba a la tierra divisó entre la espesura del bosque el brillo siniestro de los ojos del Lobo Feroz. ¡Ah pinche lobo! Le había estado acechando oculto entre los enormes troncos de los pinos, negras intenciones se advertían en su mirada; además, cargaba en sus brazos a la Caperucita Roja que esta vez no llevaba caperuza, ni blusa, ni nada, iba desnuda la Caperucita en brazos del Lobo. Movido por un ridículo sentido del honor que no ve con buenos ojos entregas y atajos, el caminante se enfrentó al Lobo importándole un pito las protestas de Caperucita, y antes de que pudiera rajarle la panza y rellenársela de piedras —como dice el cuento— el animal le ha arrancado ya el brazo derecho.
Después del combate, con la mano izquierda sella aquella barriga pedregosa y sigue su camino dolorido, quejándose de la necedad de haberse enfrentado a la bestia. Bien pudiera haber mejor adelantado camino en vez de estar ahí dándose moquetes con aquel rufián, y a propósito de camino ¿Dónde quedó mi caballo? Había huido, nada se podía hacer. Así que malherido, descansando casi en cada pino, en cada ribera, se aproximó al fin a una casita nada corriente. Era una cabaña de hermosos colores hecha de frutos rarísimos en un claro de bosque: las paredes habían sido hechas de jugosas cañas enjarradas de camotes cocidos, el techo de inmensas hojas de plátano con todo y plátanos, los focos eran unas calabazas y los picaportes naranjas. Se detuvo desconfiado a prudente distancia, y bien que lo hizo pues apenas se parapetaba detrás de un árbol cuando un ogro salió hecho madre de la casa correteando al Pulgarcito; le gritaba no sé qué razones de propiedad sobre los frutos de la tierra, derechos, exclusividades, injusticias que el hambre no conoce.
Pulgarcito se alejó veloz, olvidando sus instrumentos para limpiar cristales de autos, y el andariego de nuevo salió al quite. Primero enfrentó al ogro denunciándolo de latifundista y explotador, lo desenmascaró, y después sacó una aguja dialéctica —dos puntas y el ojo en medio— y tejió una red con los argumentos del ogro y su única mano, con la que finalmente lo atrapó y arrojó a un barranco. Pero de nuevo salió perdiendo: esta vez el ogro abusón le arrancó la pierna izquierda y se la comió antes de ser arrojado al abismo. Así que arrastrándose de hambre, cansancio, dolor, llegó hasta el jacalito de frutas y lo comió palmo a palmo. Cerca de la chimenea de elotes tiernos se encontró una muleta que quién sabe quién había dejado olvidada, se la acomodó bajo el único brazo que le quedaba y continuó su camino dejando atrás las ruinas de su banquete.
En una de tantas encrucijadas se encontró con un venado que no era venado sino un brujo haciéndose pasar por venado, y supo entonces que estaba en el Bacatete. Miró a los combatientes bajar la ladera hacia el campo de batalla y se quiso sumar, pero no lo dejaron, lo abandonaron a su sendero y su destino y ellos siguieron el suyo. Pero algo le heredaron, sí, una manera de respirar fuerte y honda, una mirada confiada y dura, una determinación al centro del pecho, y su suerte cambió.
Caminó y caminó. Por momentos le parecía que podía escuchar otras voces, de otros hombres que también caminaban la sierra, se imaginaba que eran intrépidos soldados de Cortés escalando al Popocatépetl mientras éste protestaba con bramidos de su alma brava. Y a su izquierda, después de un desfiladero, más allá de las nubes, se levantaba el Monte Olimpo de donde bajaba vertiginoso Prometeo huyendo de uno de tantos castigos, el Popo vuelve a protestar y al fin eyacula su hirviente materia sobre Pompeya, mientras el Olimpo se partía en dos por la furia del terremoto. El hombre soporta al viento, al fuego, y la fragilidad del suelo, aferrado a un gran roble.
Por cierto, el roble tenía un pequeño agujero, seguro que madriguera de ardillitas, donde con sorpresa descubre un viejo libro de caballerías, alguien le llama.
—Por vida de Dios que me dirá caminante quién os ha causado tamaña felonía, que a nadie se le van los miembros así como así con sólo caminar la vida. Dígamelo usted y al punto yo le haré que pague caro su atrevimiento, no en vano he sido ordenado caballero para desfacer entuertos y proteger a los desamparados.
Era la más extravagante figura aquella que exigía explicaciones: flaco hasta la hipérbole, campamocha con camisa y sin calzones ¿Pero qué hace usted allí, sin ropa y de cabeza, vamos a ver?
—Mi vida no tiene sentido, caminante, desde que Dulcinea ha tenido a bien despreciar a este corazón que no me cabe en el pecho. Desde entonces hago penitencia en esta Sierra Morena, como los ojos de ella. Y sólo le ruego, caballero, que aunque va montado en un corcel de lo más extraño, que bien diría (si no supiera que a los penitentes no se nos da el derecho de pensar que miramos lo correcto) que se trata de un corcel de palo, le pido, que anuncie a las tierras a donde vaya que vio usted a un caballero hacer grandes sacrificios y ofrendas de dolor en honor de la dama más hermosa de todos las damas de todo el universo y aún de más allá, y que el caballero jura no parará hasta que las mismas piedras lo canten cuarenta noches y cuarenta días en desagravio por no haberlo hecho antes, y además, que el caballero se llamará de hoy en adelante "el Caballero de los Caminos", porque también sufre la pena de mirar que todos van y él no.
­­ —Yo le prometería eso y más —dice conmovido el caminante— pero no creo llegar muy lejos con una pierna y un brazo nada más. Mejor quisiera esperar aquí la muerte, junto a un personaje de valor eterno como lo es usted.
—¿Pero cómo es eso? ¿No va usted a ningún lado? Pues no ha de quedarse aquí que mi disciplina no tolera su presencia ni la de ningún otro, una de mis penitencias es la soledad y ya la ha usted alterado bastante, así que siga su camino y mire bien por dónde va. ¡Ah! Y ya que no tengo otra manera de ayudarle tome usted este mi brazo y esta mi pierna, y también a Rocinante le daría si no se lo hubiese llevado Sancho, y continúe su camino completo. No quiero que se diga que frente a mí alguien detuvo su andar por falta de recursos. Y no se olvide de anunciar a cuatro vientos la verdad que sus ojos han visto, que si no lo hiciera, por omisión o porque los encantadores que me persiguen le vuelvan el juicio al revés, yo le haré pagar a usted caro el olvido y de mi espada se acordará cuando la tenga sobre su cabeza.
El minero dio media vuelta y se alejó silencioso, dominado por el respeto que le inspiraba aquella aparición, y adaptándose a esta pierna tan larga y tan flaca. Sin embargo, no dejó de sospechar que realmente se había encontrado con Sancho —por increíble que parezca— disfrazado de caballero.
Siguió andando. De pronto el camino se volvió más duro, pendiente, escarpado, al punto en que tuvo que escalar prácticamente pegado a la mole de granito que se le ponía en su sendero. Parecía araña trepando mientras multitud de terribles voces lo conminaban a retroceder; voces conocidas, de sus maestros, de sus enemigos, pero siguió adelante, seguro ahora de que estaba en el camino correcto. Al fin arribó a la cumbre, y lo primero que miró fue una maravillosa ciudad de piedra sobre piedra: Machu Picchu.
En esas soberbias cumbres hechas templo y baluarte, algunos monjes tibetanos circulaban silenciosos y parecía que sus movimientos eran sincrónicos al de las nubes, al de las flores vibrantes por el viento, al aleteo de la mariposa y del cóndor, a la marcha de las montañas sobre el cielo. Algunos de ellos labraban lentísimamente la piedra, otros conversaban con los pájaros, más allá se podía ver a alguien petrificado sobre la contemplación del valle abismal, y encima de los templos, varias figuras danzaban bajo el embrujo del tai chi.
Allí su cuerpo heterogéneo descansó incorporándose a la danza. Hizo formas durante mil instantes tal vez, y al final durmió; durmió mil sueños tal vez, y al final despertó con una gran claridad en la frente y con miembros equilibrados.
No necesitó despedirse de nadie, la ciudad era ahora lugar de fantasmas, de energías que se defendían tras las paredes de roca de los embates del viento heladísimo cargado de nada. Volvió a embozarse y comenzó a descender.
Las nubes a sus pies no dejaban mirar el fondo, se imaginaba que ya se le estaba haciendo muy largo el camino al Valle pero no pudo saber en dónde se había perdido; en fin, las estrellas no mienten y tarde o temprano llegará, piensa, y sigue bajando.
Era hermosa la sensación de zambullirse en ese mar de nubes, como si un grandísimo diluvio hubiese decretado su reinado sobre la creación entera. Pero ¿qué se mira por ahí? Una extraña cumbre comienza a despuntar, una oscura silueta, lúgubre, imagen que a ratos se aclara al capricho del vuelo de las nubes. Parecería, mirando sin cuidado, que se trataba de un barco destacando entre la neblina sobre un mar en calma... ¡Sí! Es un barco, la cumbre es un barco ¿cómo es esto posible? Un barco sobre las nubes... No, el barco parece haber encallado sobre un monte. Es el monte Ararat.
Es increíble pero efectivamente navega. Barco y montaña navegan sobre el movimiento de las nubes que ahogan la tierra. Es un barco extraño, parece sepulcro flotante pero a la vez cuna, y parece también que navega más atento al suelo que al cielo.
El Arca se acerca, lenta, incontenible. Sin poderlo evitar el gambusino comienza a temblar ante la proximidad inmensa de la mole; todo oscurece para el escalador, la madera cruje con ecos fantasmas, el velamen deshilachado, un silencio anormal. Totalmente replegado a la pared que descendía, cuando un costado de la nave rozaba su nariz, pudo a duras penas leer un breve mensaje asegurado a las tablas mohosas con clavos de herrar: "Aquí salvamos a los sentimientos supervivientes del Gran Diluvio de información". Firma: "Noé".
La memoria flotante siguió su paso de siglos, y como parecía navegar hacia abajo, el hombre cambia de montaña, con la mano deteniéndose el sombrero, en un inmortal paso de la muerte, y se monta sobre el Ararat, bajo el Arca, en espera de acortar distancias, ¡vaya con el crítico de atajos! Y ahí van, monte, carabela y polizón descienden entre las nubes con el paso taimado de las inmensidades; mira el hombre un sol que se posa sobre el horizonte, mira a otro que nace, y al fin divisa una nueva cumbre, cuando los blancos cirros empiezan a adelgazarse.
Asombrado mira también a otro caminante que desciende esta nueva montaña. Baja coronado por cuernos de luz, una túnica de magistrado cubre su pecho, y al parecer pregona una nueva legalidad, un nuevo contrato, una nueva herramienta cultural que atempere los instintos y sublime la necesidad; todo esto se me figuró, claro, en realidad el caminante volador sólo miró a un anciano que bajaba el Sinaí cargando un par de piedras como para iniciar su casa.
A la izquierda del viejo, muy cerca de la cima, se encontraba un gran banco de arena que resbalaba generoso por un costado del cerro; era el sitio ideal para arenizar, de ahí resbalaría hasta el Valle del Jerónimo, estaba seguro. No era posible querer llegar a Sonora cruzando la Sierra Madre y sólo encontrarse con senderos alterados, debía existir también el camino seguro, y seguro que éste era. Sin pensarlo más, cuando los dos montes estuvieron bien cerca, se lanzó al vuelo y planeó un rato sobre los zopilotes antes de hundirse en la arena, y rodar y rodar, rodar y rodar.
Todo era arena ahora. Él era un grano de arena destinado a darle forma a todos los demás. Caía y caía sin dolor ni pesadumbre, más bien con el gozo de los niños que juegan en la playa, y volvió a pensar en sí mismo: el viaje, la Arcadia, el Valle, los montes, Sonora. ¡Eso es! Llegaría pronto a su llanura y descansaría, besaría a su hija en la carita y a su mujer en el corazón, y se sentaría a comer su pan cerca del fuego de mezquite y encinal. Ya era tiempo, ya era su tiempo.
Deja de rodar, el terreno era ahora plano. Se incorpora y en lugar de mirar de frente al Valle, y al matorral de Sonora más abajo, contempla sorprendido el inmenso mar océano que gobierna sobre el antiguo desierto. Después de milenios, el mar ha reclamado su antiguo lecho y ahora besa la sierra sepultando a esta progresista civilización de los sahuaros, al noroeste del alacrán, como moderna Atlántida enceguecida por ilusiones propias de la insolación.
De modo que al final llegó aquí, mestizo y desnudo, acabalado con pedazos de tradición y genialidad hereditaria, a construir su aventura en soledad, de frente al futuro y de espaldas —sin rechazo, por supuesto— a la fantasía que se asume como la fórmula del conocimiento supremo. De modo que no se había perdido y llegó al fin al sitio equivocado.
Frente a él y sobre el mar se ponía de nuevo el sol.

domingo, 15 de marzo de 2009



REPORTAJE (ELPAIS.COM, 15/03/09, Cultura)

'2666', número mágico en EE UU

Los críticos eligen la obra de Bolaño como mejor novela del año pasado



La conquista estadounidense de 2666, el libro póstumo del chileno afincado en España Roberto Bolaño, editado en Estados Unidos hace apenas cuatro meses, fue coronada el jueves con el premio a la mejor novela de ficción de 2008 por el Círculo Nacional de Críticos Literarios de Estados Unidos.

La decisión de esta prestigiosa organización, formada por unos 900 especialistas literarios de las mejores publicaciones, no sólo es la confirmación del intenso fenómeno de la bolañomanía, iniciado en 2007 con la publicación y éxito comercial de Los detectives salvajes en Estados Unidos. El premio a 2666 es también particularmente simbólico para la literatura hispanoamericana puesto que desde que, hace una década se abrió a la traducción, nunca había conseguido una obra escrita en español el premio a la mejor novela de ficción. Jorge Luis Borges se había alzado con el premio de ensayo en 1999 por una recopilación de ensayos y Mario Vargas Llosa en 1997 por el compendio periodístico Contra viento y marea. Pero la ficción había sido terreno monopolizado por los escritores de lengua inglesa, desde John Updike a E. L Doctorow, con contadas excepciones como el premio al alemán W. G. Sebald por su novela Austerlitz en 2001.

Parece claro que algo está cambiando entre los lectores y los especialistas de Estados Unidos, un país que el año pasado también reconoció a Junot Díaz con el mismo galardón que ahora se ha llevado Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003) y además, con un premio Pulitzer por su libro La maravillosa vida breve de Oscar Wao. Aunque Díaz escribe en inglés, es un autor de origen dominicano. Nunca los estadounidenses de origen hispano como los autores que escriben en español habían recibido tanta atención en Estados Unidos, como en los pasados dos años. Es muy posible que el fenómeno Bolaño haya contribuido al reconocimiento de un tipo de literatura que en Estados Unidos entra con cuentagotas, puesto que sólo un 3% de los libros que se publican son traducciones y entre ellos, sólo una ínfima parte procede de autores hispanos.
Para Jonathan Galassi, editor jefe de la editorial Farrar Straus & Giroux, que ha publicado los últimos dos libros de Bolaño en Estados Unidos, la obra de este autor "ha sido acogida con entusiasmo" en su país "porque es considerada la de una nueva voz internacional imprescindible". Y lo cierto es que las críticas de 2666 no podrían haber sido mejores y tampoco las ventas han ido mal, ya que el libro ha ocupado durante semanas los primeros puestos de la lista de The New York Times. Según declaró tras anunciarse el premio Marcela Valdés, miembro del Círculo Nacional de Críticos Literarios estadounidenses, 2666 es una novela que muestra "una visión sexy y apocalíptica de la historia y puede situarse junto a Moby Dick (Herman Melville) y Meridiano de sangre (Cormac McCarthy) en su examen mordaz y caleidoscópico del mal". Con su éxito estadounidense, Bolaño se consagra, sin duda, como el autor más celebrado de la literatura hispanoamericana, aunque lamentablemente su prematura muerte a los 50 años le haya impedido descubrirlo.

Entre los premios que entregó el jueves el Círculo Nacional de Críticos en Nueva York destaca también la decisión de compartirlo entre dos autores en la categoría de poesía, algo que nunca había ocurrido en la historia de estos galardones, que carecen de dotación económica pero figuran entre los más respetados del gremio. Uno de ellos fue para el estadounidense de origen mexicano Juan Felipe Herrera por Half of the world in light y otro para el norteamericano August Kleinzahler por Sleeping it off in Rapid City.

(BARBARA CELIS - Nueva York - 14/03/2009)

lunes, 23 de febrero de 2009

ANDARÁ EN PARÍS

Ramón M. Pérez

No planeé su muerte, pero celebro que haya sido posible. Aquella tarde debía estar en su oficina. Me detuve en la escalera a contemplar los reflejos amarillos sobre las hojas que eran tocadas por el sol de la tarde. Respiré hondo y subí.
La profesora gastaba su tiempo leyendo de nuevo uno de sus artículos (de los tres que ha publicado sobre el mismo tema en sus treinta años de trabajo académico; de más está decir que cada artículo es un capítulo de su tesis doctoral). Adoptaba poses agresivas contra un imaginario visitante en su oficina mientras yo le miraba por la puerta entreabierta. En un momento, por descuido, me miró y franqueó mi entrada.
—Vengo a saber —le dije sin preámbulos— porqué usted ha tratado mi trabajo tan injustamente frente a la junta de profesores.
La maestra me miró sorprendida.
—¿Cómo? ¿No lo sabe? Aquí está su trabajo, vea por usted mismo.
Y me entregó un atado de papeles amarillos: las hojas manoseadas de mi ensayo llenas de correcciones en tinta roja. El título decía: “Plano de la fábrica de gases”.
—No —alegaba— no es posible, no funcionará. La fábrica de gases tóxicos no funcionará.
La miré, ahora yo, perplejo. ¿Acaso estaba diciendo que me había entendido mal? No le respondí. Me limité a darle la espalda y mirar la calle por la enorme ventana abierta. Del otro lado hombres tristes caminaban envueltos en los venenosos humos de la gran ciudad.
—¡Es usted un imbécil! —me gritó de repente— ¿Cómo es posible que pretenda embaucarme con tamaño disparate? Usted no comprende, no hila fino. El poder no es como lo imagina. Su lectura es tremendamente ingenua.
—¿Y usted qué coño sabe del poder? —le dije ya temblando cuando volteaba de nuevo a mirarle—. Usted nada sabe del poder pues sólo lo ha ejercido, o ni eso, ha cumplido órdenes de su enorme ego. Usted es una farsante.
Como se ve, aquella discusión no tenía ningún sentido. Ella no cedería y yo lo sabía; sólo había ido a verla para tener recuerdos más concretos que odiar, su voz virulenta, sus escupitajos involuntarios mientras pronunciaba las implosivas, sus manotazos cargados de uñas a lo bruja medieval.
Me limité a sonreír. Bueno, también le dije que ella en realidad jamás había asediado a Los siete locos, que sólo se había confundido entre ellos. Me embistió. Se arrojó a mí con la ciega furia de las Erinias que vengan una afrenta o sacrilegio. Me limité de nuevo a sonreír. Bueno, y me hice a un lado.
La ventana la recibió con su abrazo vacío y cabalgó ridículamente a lomo del viento los doce pisos de la torre de postgrados. Cuando me asomé a la ventana todo estaba en calma; la profesora no estaba en el suelo destripada y los tristes caminantes no se habían detenido. Así fue, se lo aseguro. Y yo no tengo nada que ver con su desaparición. Andará en París, señor policía.