miércoles, 29 de abril de 2009

La voz arrasadora


Cintio Vitier




Me vais a permitir - espero - el garabato introspectivo. Y es que voy saludándome más en las lunas (cortazarianas) del transporte público y en la difusa pantalla del portátil, que en la clara luz del espejo del ascensor o del baño. Dice R. B. en las pp. 82 - 85 (ed. Anagrama) de su más celebrada obra que, fundamentalmente, los poesía se divide en "la de los maricones y la de los maricas". Entre los primeros incluye a los poetas cubanos de la Revolución. Por ejemplo y sin añadirle etiqueta, a Cintio Vitier. Éste, en 1960, publicó "La voz arrasadora", donde con más lastre y menos gloria, indecisamente, una voz dormida puede ganar sus alas. Por supuesto, esto no es una reivindicación, ni tan siquiera un apunte. Vosotros ya me diréis.

"La voz arrasadora"

Esta es la voz de un contemplativo, no de un hombre de acción.

Ambas razas, las únicas que realmente existen, se miran con recelo.

Es verdad que ha habido gloriosas excepciones, aunque bien mirados los rostros, bien oídas las voces,

la sagrada diferencia se mantiene, y aún se toma trágica.

Pero el contemplativo entiende y muchas veces ama el rayo de la acción. Casi nunca lo contrario ocurre.

Esta es la voz absorta de un oscuro, de un oculto, que ha tenido peregrinas ambiciones.

Enumerarlas sería realizar un inventario del delirio.

Baste decir que ha querido romper los límites del fuego en las palabras

y ha vuelto al círculo del hogar con un puñado de cenizas.

No, sin duda no lo comprenderéis, salvo los que sois del indecible oficio.

Se entiende a un pescador, a un viajante, a un maestro, a un asesino.

Estos hombres se alimentan de lo que hacen; hasta sus sueños y sus fantasmagorías son quehaceres, hechos.

¿Cómo entender a uno que no ha poseído nunca nada; que no ha tocado una cosa desnuda de alusión;

que sólo vive y muere en el mundo de lo otro, en el inalcanzable reino de las transposiciones:

a uno que, de pronto, necesita escribir, como se necesita la comida o la mujer?

Su suerte es dura, extraña, también irrenunciable. Y sin embargo, o por lo mismo, ya no me preguntéis,

cada vez que oye la voz arrasadora de la vida, arroja su fantástico tesoro y sale cantando y llorando y resplandeciendo, y va silencioso a ocupar el puesto que le asignan.

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